i. Identidades femeninas y masculinas: Aprendizaje de la exclusión
El aprendizaje de “lo femenino” y “lo masculino”, como entidades opuestas o fronteras divisorias (Preciado, s/f) exige escenificación constante de la debilidad femenina y la fuerza masculina. Una mujer (niña, adolescente, joven, adulta o “vieja”) que asume roles considerados masculinos, recibirá sanción, igualmente un hombre, en cualquiera de sus etapas vitales, que evidencia comportamientos supuestos como femeninos. Este sistema de vigilancia y castigo es eficaz y profundamente violento, porque cada acto de la cotidianidad, se prejuzga desde la indicación “es cosa de mujeres” o “es cosa de hombres”. Quebrantar las normas, los roles y los estereotipos basados en el género, se considera “antinatural” o inapropiado.
La desigualdades de género se establecen desde antes del nacimiento se van reforzando y afinando en el transcurso de la trayectoria vital. En la niñez estas reglas son concluyentes, según un conjunto de métodos, alrededor de lo que puede o no hacer la niña o el niño; según su edad, atravesado por el género. A las juventudes les corresponden la exacerbación de estos aprendizajes, para adquirir legitimidad como adultos/as, acoplados a los valores de género (Tineo, 2014). En la siguiente tabla se observan algunas dicotomías del género:
Tabla 4: Deber ser del género
Mujeres (niñas, adolescentes, jóvenes) |
Hombres (niños, adolescentes, jóvenes) |
Débil Ternura Sensibilidad Delicadeza Irracional Parcial Dependencia Casa Sumisión Muñecas/juego de cocina Princesas Lenguaje Ciencias “blandas” Trabajo reproductivo Cuidadoras Fiel Desvinculación política |
Fuerte Agresividad-violencia Insensibilidad Dureza Racional Imparcial Independencia – Autonomía Calle Rebeldía Carros /deportes Héroes (príncipes, salvadores) Matemáticas Ciencias “duras” Trabajo productivo Proveedores Infiel Participación política |
Los juegos de la niñez, los procesos de escolarización y los rituales de transición[1], son algunos de los mecanismos, cómo se educa o prepara a las niñas para ser madres-esposas (Lagarde, 2005); cuidadoras y protectoras que deben ocuparse del ámbito privado, mientras que, a los niños se les dispone para ser proveedores, fuertes, valientes, decididos y agresivos; se les habilita para ser héroes y líderes que controlan el espacio público que participan y toman decisiones. Esta separación de los mundos públicos y privados, se refuerza en las políticas de formación y contratación laboral, mediante la división sexual de saberes laborales, domésticos y extra domésticos.
La socialización en el ámbito escolar, refuerza los valores de género. No los crea en sí misma, pero si los exacerba, según prácticas que fortalecen el sesgo androcéntrico. Este aspecto refiere a la invisibilidad de las mujeres en la historia del conocimiento, en la explicación de las distintas fases que distinguen el saber científico, según la invisibilidad de las filosofías y las doctrinas que validan los aportes de las mujeres, mediante el sexismo que fortifica las dicotomías señaladas en la tabla 4.
[1]Refiere a cómo las sociedades elaboran rituales de “pasaje” de una etapa a otra: el crecimiento de los senos, barbas, cambio de voz, la primera menstruación, la primera relación sexual, etc.; la graduación, los 15 años, los 18 años; la oficialización del “compromiso” o noviazgo, el ritual de casamiento, etc.; el embarazo, el nacimiento de niña o niño, etc.