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3.2.2. Desarrollo y cuidado de la afectividad y las emociones: su vinculación con la construcción social del género y la sexualidad

El manejo de la afectividad y las emociones, así como la administración de los sentimientos, generalmente no forman parte de la educación en el hogar, ni en otros espacios de enseñanza y socialización, sino que se aprenden a partir de la interacción cotidiana en la cual se considera que las mujeres son depositarias naturales de las emociones mientras que los hombres tienen la capacidad natural de reprimirlos y no mostrarlos. Los sentimientos quedan relegados al ámbito de lo privado, estructurados para las mujeres. Mientras que la expresión emocional por parte de los hombres puede resultar socialmente una señal de debilidad o motivo para cuestionar su masculinidad.

Hombres y mujeres se relacionan en esa dinámica emocional, tergiversada y atravesada por mitos, tabúes y prejuicios. Desde edades tempranas las personas establecen vínculos que involucran afectos y, al no contar con conocimientos acerca de lo que sienten, experimentan confusión, falta de comprensión, dificultades en la comunicación, carecen de empatía y solidaridad hacia la otra persona e incluso hacia sus propias emociones.

Erich Fromm (1959) señala que no existe un recetario sobre cómo aprender a amar y practicar el amor sino que, así como se aprende a interactuar desde la construcción social del género, se aprende también a vincularse desde el amor como constructo social, compuesto por dimensiones biológicas, afectivas, sexuales, eróticas, emocionales, sociales y psíquicas.

Coral Herrera (2010) plantea que el amor como construcción social y cultural determina las formas en las que las personas se organizan y que es un concepto en el que se interrelacionan muchos factores que van a variar histórica, cultural, social y políticamente. Sin embargo el amor tendría en común la energía poderosa que hace que las personas, en su mayoría, experimenten diferentes sentimientos.

A pesar de lo anterior, el amor no suele ser un tema de estudio ni formar parte de la enseñanza académica. Sin embargo es necesario que la educación sexual integral aborde el tema del amor, repensarlo de manera clara y precisando elementos conceptuales que desmitifiquen las prácticas patriarcales, sexistas, heteronormativas, de orientación reproductiva y opresivas muchas veces intrínsecas en la concepción tradicional del amor (sufrimiento, entrega, egoísmo, sacrificio, eternidad, “medias naranjas”).Estas prácticas llevan a experiencias amorosas en las que las expectativas chocan con la realidad y, como señala María Elena Simón, esto se traduce en malas experiencias amorosas con malas consecuencias: “sufrimientos evitables, pérdidas de tiempo y energías, frustración, sentimientos de culpa, de venganza, pérdida del sentido de realidad…” (2002, p. 213).

Niñas, niños y adolescentes se socializan bajo esas creencias, las cuales ponen en práctica, especialmente durante la adolescencia en los llamados noviazgos escolares o amores escolares. Las y los estudiantes se enamoran y forman parejas, situación que desde el sistema educativo no debe invisibilizarse, ya que constituyen vivencias que, aunque pasajeras, son importantes y por lo tanto requieren de la mirada educativa. Estas relaciones se basan principalmente en lo que han aprendido del mundo romántico adulto que junto con la televisión, el internet y la música serán sus principales referentes acerca del amor, el enamoramiento y las prácticas sexuales vinculadas.