Saltar la navegación

1.2.2.2. La construcción social de los cuerpos

Pensar el cuerpo humano desde la escuela implica pensarlo más allá de lo físico y lo biológico. Cuando un o una estudiante ingresa al centro educativo, su cuerpo viene configurado desde la historia de sus experiencias sociales. La escuela, desde el marco ideológico dominante, participa de ese proceso reforzando, invisibilizando o confrontando esa historia. Consecuentemente, el cuerpo de cada niña y cada niño se convierte en depositario de subjetividades y formas de representarse al mundo.

En el caso de las niñas y las adolescentes ellas son herederas de una historia que fragiliza la subjetividad de las mujeres y por lo tanto objetiviza sus cuerpos. Ana María Fernández (2009) señala que, independientemente de la etnia y clase social, las niñas  y las adolescentes atraviesan ese proceso de diversas maneras. Esto las coloca en el imaginario social y la vida práctica en desventaja con los niños y los adolescentes, lo cual repercute directamente en el reconocimiento de su cuerpo y los lugares o espacios físicos que ocupan. Algunas autoras coinciden en esto (Simón, 2011; Fernández, 2009). A partir de sus observaciones e investigaciones en el ámbito escolar, señalan que, por ejemplo, el uso de la palabra es mayor en los hombres que en las mujeres. Los espacios abiertos de juego son monopolizados por ellos, mientras ellas ocupan las esquinas, las orillas, rincones o permanecen en las aulas. Las normas o reglas en las escuelas respecto al cuerpo, los accesorios, largo de la falda, entalle de los pantalones, corte y peinado del cabello, forma de sentarse, vocabulario y otros son más rígidos y hay mayor vigilancia hacia las estudiantes. También ha habido hallazgos respecto al modo y el tono de voz empleados por docentes para dirigirse a sus estudiantes: un tono fuerte y masculinizado hacia ellos y un tono más dulce y emocional para ellas. Así mismo es más penalizada la “indisciplina”, el desorden, la falta de higiene y modales en las estudiantes, mientras ellos gozan de cierta permisividad y justificación aún cuando son sancionados.

Estos elementos inciden de manera directa en la forma en la que las niñas y las adolescentes internalizan y subjetivizan sus derechos, su lugar en el mundo, su cuerpo y su sexualidad de manera restrictiva, vigilada y controlada, a diferencia de los niños y los adolescentes que gozan de mayores libertades.

La construcción del cuerpo, y por lo tanto de la imagen corporal, está medida por la autoridad médica, quirúrgica y mediática. La herencia cultural acerca de cómo representar y mostrar el cuerpo está sometida a torturas “placenteras”. “Antes muerta que sencilla” rezan algunas telenovelas y repiten en sus grupos y en las redes sociales; las mujeres “por gusto, por seguir la moda, por sentirse mejor dentro de la piel y fuera de ella, para conseguir miradas complacientes y admiradoras” (Simón, 2009, p. 78). imagen corporal

La performatividad femenina, es decir la expresión culturalmente de lo femenino a través de acciones, se constituye como uniforme para las mujeres; en la actualidad a las niñas y las adolescentes se les presiona y pareciera existir una tendencia hacia el uso de vestimentas adultas, pero ajustadas a su talla y que llevan el mensaje implícito de la necesidad de mostrar el cuerpo, de ser bellas, de ser deseadas, de ser miradas, de ser como Barbie; y es desde ahí que su imagen corporal se constituye. Para los niños también existe un modelo a seguir, que está vinculado a lo que significa ser hombre en la cultura: alejarse todo lo que sea posible de lo femenino, utilizar ropa y colores “de hombre” y posicionarse desde la fuerza y el poder.