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1. Introducción Temática

Los discursos y las prácticas sociales respecto a la edad emergen como producto del aprendizaje cultural adultocéntrico. Dicho aprendizaje, se basa en la idea generalizada, de que se tiene más o menos humanidad, en función de qué edad se tiene. En este orden de ideas, el mundo adulto se constituye en la referencia ordenadora de la realidad,  por encima de las producciones de las niñas, los niños, “adolescentes”, las juventudes[1] y las personas envejecientes. 

Los valores culturales  respecto a la edad, operan mediante los mecanismos de la  socialización, en función de la trayectoria vital de las personas, especialmente en los primeros años que ocurre la socialización primaria. Este elemento refiere al aprendizaje emocional, cognitivo y conductual que determina la adquisición de  formas de relacionamiento social, según las identidades y  roles que se adscriben a la edad. De este modo, se crean clasificaciones y jerarquías, en función de las etapas clásicas: niñez, adolescencia, juventud, adultez y vejez.  Este aprendizaje de la diferenciación por edad, determina exclusión y desigualdad, porque se construye la adultez, como norma referencial del SER-SABER, mientras que, a las demás etapas  se le colocan “marcas” o etiquetas. Según dichas marcas,  se estigmatiza y discrimina a las/os niñas/os, adolescentes, a las juventudes y personas envejecientes.

Las etiquetas se utilizan para   discriminar (diferenciar), rechazar y maltratar, en distintos ámbitos públicos-privados, a quiénes se considera “menos” o “diferentes”,  según la escala adultocéntrica. El maltrato puede ser visible (físico), pero hay varias formas de abuso invisible, mediante el lenguaje verbal y no verbal que afecta en un plano afectivo y sexual, dejando profundas heridas en la subjetividad de las personas con graves consecuencias para el ejercicio de los derechos humanos.



[1]El concepto juventudes,  se utiliza en vez juventud, para destacar  el sentido  plural  y diverso de las experiencias del ser joven (Duarte, 2000). Pluralizar el concepto es importante, porque desde el lenguaje, se expresa aprecio y consideración por las  particularidades,  en función de las  identidades que otorga el  género, la racialidad, la clase social, la orientación sexual, la ubicación geográfica, la nacionalidad, la discapacidad, entre otras condiciones que demarcan el ser joven. Desde esta perspectiva del derecho a la pluralidad  de las juventudes,  algunas acepciones del concepto adolescente, como “carente” o “sujeto/a inmaduro/a” son inadecuadas. En el presente módulo se utilizará, en el sentido de visibilidad y emancipación.