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i. Escolarización y separación etaria

La escuela, como agente primordial de la socialización,  tiende a homogenizar la enseñanza, obligando a adecuar las interacciones cotidianas a los supuestos de la edad, mediante la separación de grados por edad, asociados a la mayor capacidad para conocer.  Simultáneamente, la escuela es uno de los lugares más favorables para tender puentes comunicacionales género-generacionales entre padres-madres; madres-padres-hijos/as; profesoras-profesores; profesores/as-estudiantes; estudiante-estudiante. “La escuela es el espacio privilegiado donde la sociedad enseña a formarse en un grado de edad y a vincularse con otros grados de edad” (Cimmino & Marina, 2010, p. 9). Si en la escuela se interiorizan las pautas de  la desigualdad de la edad, la escuela también tiene la potencialidad de contribuir a desaprenderlas, mediante políticas pedagógicas que incentiven  el encuentro entre los distintos grados de edad.

La percepción de la linealidad del tiempo,  según grados etarios,  se traduce en prácticas educativas en la que el conocimiento  debe necesariamente equipararse con la edad. Quiénes no cumplen con dicho criterio (porque repiten grado u otra razón),  tienden a excluirse, estigmatizarse y discriminarse. Piense por un momento, qué pasa si una persona de 30 años o más, exprese: “necesito ir a preescolar para afinar algunos aspectos psicomotores” o qué pasa si una niña de 10 años, está lista para “entrar a la universidad”. No está de más, imaginar estas cuestiones,  porque  en una escuela “viva”, se aprende colaborativamente entre las distintas  generaciones y géneros. Todas/os pueden interpelar y aprender unas/os de otros/as.  (Vea el siguiente enlace para observar esta idea https://www.youtube.com/watch?v=rnzTDkH9U80 ). 

Los conflictos intra o inter generacionales en el ámbito escolar, emergen por la falta de puentes comunicativos favorables para que las personas, independientemente de la edad,  puedan legitimar sus saberes, desde un criterio de igualdad, dignidad  y autonomía. Es decir, las niñas, los niños, adolescentes y jóvenes, tienen capacidad de agencia; de  desarrollarse atendiendo oportunamente sus motivaciones, inquietudes, dudas y saberes. El rol del mundo adulto, tendría que ser, más que de interrogar a modo “juez/a”, de preguntar permitiendo  la emergencia de los temores, las inseguridades y las preocupaciones. Tender “puentes” de cuidado mutuo, para  juntas/os encontrar soluciones. No se trata de un “recetario” de comportamientos pautados arbitrariamente, sino de la búsqueda conjunta del mejor proceder para las distintas partes involucradas.

El ideario adultocéntrico establece prejuicios relacionales, entre las distintas generaciones: “los jóvenes de antes eran mejor que los de ahora”, “los muchachos de ahora son malos”, “los jóvenes pueden con todo”, “esta generación no sirve para nada”,  “lo único que saben los jóvenes es de tecnología”, “todos los adultos son malos”,  etc. Esta interpretación, determina relaciones basadas en prejuicios,  que limitan el desarrollo de diálogos consonantes y significativos para la vida, en el ámbito escolar.

La disputa intra y/o inter generacional,  obedece al estándar convencional, «quién tiene más años, sabe más», también del prejuicio: «lo he vivido todo»; «lo sé todo». Desde esta mirada, quién se visualiza como   «más grande», frente al «más pequeño/a» o “menor”,   asume que su función es transmitir verticalmente sus pautas de comportamiento. Este condicionamiento generacional, del “aquí mando yo”,  afecta el desarrollo de una comunicación no violenta,   basada en el respeto por las experiencias y percepciones  de cada persona, sin importar su edad.  

El conflicto surge cuando las personas “más adultas”  imponen su criterio de razonamiento y  madurez, para invalidar las sensaciones, pensamientos, preocupaciones, aprendizajes y experiencias de las personas “menores”. Este hecho es crucial para la EIS, porque los asuntos ligados a la sexualidad tienden a concebirse como “asunto de personas adultas”, por tanto, se invalida y niega la existencia de inquietudes y demandas en el campo sexual y reproductivo de las niñas, los niños, adolescentes y jóvenes. En el siguiente tema, estas ideas se profundizará. 

El deseo de “llegar a ser” adulto/a, para obtener legitimidad social mediante la edad, obliga a niños (as), adolescentes y las juventudes,  a  competir entre sí. Además, tienden a desarrollar pautas violentas que indican adultez, según el género (fuerza física, conquistar, tener varias novias;  quedar embarazada, seducir, etc.). Se trata de equipararse, rivalizar y correr por la demostración de adultez,  entre sus pares y con el mundo adulto ¿Quién vale más? ¿Quién sabe más? ¿Quién se gana la simpatía del profesor/a? ¿Quién demuestra que  tiene más fuerza? ¿Quién gana?  ¿Quién es más bella? ¿Quién conquista más? ¿Quién seduce más? ¿Quién es más hombre? ¿Quién es más mujer?  ¿Cuántos  “mangues” tengo? Suelen ser aspectos que atraviesan los conflictos  inter-intra generacionales, para indicar que, aunque no se tiene la edad adulta, se tiene poder y capacidad de decisión, según lo establecido para el género.  

Tradicionalmente la relación  entre profesoras/es y estudiantes, entre estudiantes, entre profesores está mediada, además del adultocentrismo, por la idea de que se aprende a “mano dura”; “aquí lo que hace falta es un Trujillo”. Desde esta apreciación,  enseñar implica dictadura; desconocer, imponer y  aplicar el criterio propio, sin diálogo y apertura a las diferencias.  Sin consideración de las pautas que establece la Ley No. 136-03 “Código para el Sistema de protección y  los derechos fundamentales de  Niños, Niñas y Adolescentes” y las políticas internas del MINERD, establecidas para la creación de una disciplina humanizada, basada en la convivencia en el centro escolar. Según las autoras Cimmino & Marina (s/f), esta percepción del aprendizaje,  está basada en las concepciones romanas del “pater familias”, del poder del padre sobre hijo; del hombre hacia la mujer, refieren a un sentido de la autoridad absoluta que impone la obediencia ciega al poder. No hay algo que se rechace más,  en algunas prácticas docentes, que el/la estudiante que todo lo pregunta, rebate o cuestiona.

Los procesos de disciplina, desde la perspectiva del diálogo entre las distintas generaciones, evitan la deshumanización, afianzada por los procedimientos  desiguales e injustos. En este aspecto, se crean medidas normativas para las actuaciones que refuerzan el maltrato. Estas medidas requieren ser  revisadas  periódicamente, para  adaptarlas  a cada  situación, tratando de evitar los privilegios (entre profesores/as, estudiantes), considerando que,  no todo castigo aplica para todo acto. La anuencia de la sanción, debe fomentar la integridad, dignidad, justicia e igualdad, más que mermarla, se realizan impidiendo deslegitimar o profundizar el daño. Se realizan para rechazar las pautas conductuales, que fomentan el estigma y discriminación (EyD) y alientan la impunidad social individual-colectiva, frente a los agravios a otras/os.

Se genera  autoridad docente, sin autoritarismo. Se basa en los valores del autocuidado, de la empatía y la democratización de las relaciones y  decisiones. Cómo indica el Código 136-03, en el Art. 1.:  “Todos los niños, niñas y adolescentes tienen derecho a la integridad personal […] comprende la inviolabilidad de la integridad física, síquica, moral y sexual, incluyendo la preservación de su imagen, identidad, autonomía de valores, ideas, creencias, espacio y objetos personales”. En el Art. 48 del Código, se establecen los mecanismos para los procedimientos disciplinarios escolares. Se destaca la importancia de asegurar, mediante el contenido del reglamento disciplinario oficial, que:  “Todos los niños, niñas y adolescentes deben tener acceso y ser informados oportunamente, al principio de cada año escolar, mediante comunicación escrita dirigida a ellos y a sus padres y madres, tutores o responsables, de los reglamentos disciplinarios correspondientes”. Se prohíben los procedimientos de corrección que constituyen violación de los derechos de las/as educandos. Los valores de la disciplina humanizada,  afianzan el sentido de la justicia, mediante la garantía del derecho a la educación de calidad, establecida por la Ley de Educación que en el Art. 6, dispone:

Fortalecer la interacción entre la vida educativa y la vida de la comunidad, así́ como el mejoramiento de la salud mental, moral y física de los estudiantes y la colectividad;  Fortalecer los buenos hábitos personales del aprendizaje, que permitan el dominio efectivo de los códigos culturales básicos, acceder a la información, pensar y expresarse con claridad, cuidarse a sí mismo y relacionarse armónicamente con los demás y con su medio ambiente […] Propiciar que el desarrollo de capacidades, actitudes y valores sean fomentados respetando las diferencias individuales y el talento particular de cada estudiante.